

Explorando Sudáfrica con una Speedster
Published on:
15 Jan 2013
Estábamos acampados en en Khaya, en la reserva Witteberg con amigos y yo me hice con el primer vuelo de la zona esa primera tarde, justo antes de la puesta de sol. Al día siguiente el viento soplaba con demasiada fuerza, así que nos fuimos de excursión con el todo terreno, pero nuestra última mañana amaneció con una previsión favorable. Yo había planificado una ruta para aprovechar la dirección del viento volando sur y oeste contra el viento y usando luego el viento en cola para regresar. La zona es muy remota y en ella se alternan crestas y valles llanos que acaban conduciendo al Witterberge. Fiel al Karoo, es todo desolación con apenas un puñado de granjas aisladas; las montañas, por su parte, están repletas de valles ocultos y sin caminos. No es un sitio en el que gustaría perderte… pero las recompensas son gradiosas. Muchas de las viejas granjas se han transformado con los años en cotos de caza y reservas naturales. Metí en la mochila agua, barritas energéticas, bengalas y un kit de supervivencia, y llené el depósito a tope. Despegar a casi 1000 metros de altitud con un paramotor cargado a tope no es moco de pavo, pero la Ozone Speedster se echó al aire sin dificultad para llevarme hacia lo desconocido.
Mi primer tramo atravesaba el extremo sur del WPNR adentrándose en preciosas llanuras. Hacia el este podía ver el
Parque Nacional Anysberg, y el paisaje que se abría debajo de mí pronto se vio salpicado de curiosos springbok, que meneaba su cola sin estar seguros de si yo representaba o no una amenaza. Volaba con un sur suave, pero con los trims sueltos mantenía una cómoda velocidad de 40 km/h sobre el suelo. Aunque era pronto, el sol que se colaba entre las nubes esparcidas ya estaba generando pequeñas térmicas. Eso me hacía tener que estar regulando constantemente el gas; traté de volar a varias alturas, pero acabé decidiendo hacerlo 100 metros por encima del suelo y aguantar los meneos. Al cabo de 20 minutos de avance hacia el sur, giré hacia el oeste a lo largo del valle y me vi premiado con las vistas de granjas de piedra en ruinas y poblados dilapidados. Un enorme macho de antílope eland me miraba con recelo mientras sus dos vacas meneaban las orejas.
El valle de hizo más amplio y pude ver en la distancia una gran granja, el primer lugar accesible en caso de aterrizaje tras los 50 minutos de vuelo que llevaba. Comprobé con cuidado el combustible. Me había fijado en el viento en el valle que había sobrevolado estaba muy del oeste, lo que limitaba mi velocidad sobre tierra y elevaba mi consumo. No estaba seguro de si eso se debía a la topografía o a si las predicciones eran erróneas, pero mi situación con el combustible era aún aceptable: en más de un tercio de la ruta que tenía pensada había gastado 5 de los 14 litros que llevaba. Para asegurar, decidí acortar la ruta y subir por valle que estaba 10 kms más cerca. Girando al norte, volé bajo sobre preciosos llanos desprovistos de todo signo de influencia humana. Un sorprendido grupo de rhebok salió corriendo escorado y un ejemplar aislado de gemsbok , enorme y elegante, sacudió sus largos cuernos en mi dirección. Comencé a ganar altura hacia las montañas.
El valle quedaba protegido del viento del oeste y en su ausencia se habían ido preparando térmicas. Al sentir el familiar retraso de la vela trepando al entrar en la térmica, abrí gas anticipando la salida, pero al cabo de varios segundos seguía subiendo. Un interruptor del cerebro se me activó: de pronto ya no era un piloto de paramotor sino que volaba distancia con un parapente. Olvidándome del gas, cargué mi peso, metí los trims y pronto me vi girando perezosamente y subiendo a 1,8 metros por segundo en una hermosa térmica matinal.Qué placer y ¡qué cosa tan buena para ahorrar combustible! La bendición se acabó de forma prematura, pues al llegar a la altura de la cresta la térmica se puso rápidamente turbulenta y luego se deshizo. Comprobé mi deriva y me di cuenta del porqué: el viento del oeste era en realidad un noroeste que se canalizaba por el valle, o sea 90 grados diferente al pronóstico. Eso eran malas noticias, pues cuando llevaba volando hora y cuarto ya me había pulido 9 litros y seguía teniendo que regresar volando contra el viento. Solté los trims de nuevo y enfilé hacia la única carretera que conducía de regreso a la reserva. Una pequeña manada de zebras seguía mi senda al galope, como si quisiera darme ánimos.
Al llegar sobre la carretera, giré y me mantuve bajo, usando las laderas que canalizaban el viento y lo convertían en viento en cola. El nivel de mi combustible iba llegando al fondo del tanque, pero ahora podía ver delante la boca del Elandaskloof y el WPNR. Dejé de mirar el combustible y empecé a fijarme en posibles campos de aterrizaje a medida que avanzaba. Al entrar en el valle hice una rápida llamada por radio: «Witteberg International, WMX aproximándose bajo desde el norte, pido que dejen libre la pista 01 para aterrizaje.» Pude oír risa de fondo cuando mi esposa respondió desde la «torre» (nuestra tienda): «WMX, ¡aterrice como le venga en gana!». La Speedster me descendió suavemente a través de la capa turbulenta y, antes de comprobar el nivel de combustible por última vez, me tomé unos minutos para disfrutar del silencio y el olor del fynbos. Quedaba apenas poco más de un litro… pero mi depósito de experiencias estaba lleno a rebosar.
Ross Hofmeyr, SA